Los templos del arte, en el laberinto

Este artículo fue publicado el 17 de mayo de 2012 por José María Parreño en El País.


Los modelos económicos actuales hacen de los museos instituciones tremendamente vulnerables.
Un laberinto de sombras a la entrada del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) con motivo de la exposición 'Por laberintos'.
Un laberinto de sombras a la entrada del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) con motivo de la exposición ‘Por laberintos’. CARLES RIBAS
La cultura es demasiado importante como para dejarla en manos de los políticos. Al menos de políticos como los que han cesado a la directora de un museo de arte contemporáneo, después de felicitarle por su trabajo (Teresa Luesma al frente del Centro de Arte y Naturaleza, en Huesca) y la han sustituido por un gestor de teatros (Antonio González, hasta ahora director del Centro Dramático de Aragón). El argumento de su Patronato ha sido: “buscamos otro modelo directivo”, pero no especifica cuál. Decíamos que la cultura es demasiado importante como para dejarla en manos de políticos como —otro ejemplo— los que eligieron al director de un centro mediante concurso público, le hicieron abandonar trabajo y país, y ya aquí postergaron su toma de posesión de manera que ha estado más de dos años “en funciones” (Moritz Küng nunca ha llegado a dirigir el Canòdrom, pero lógicamente ha estado cobrando su sueldo de la Generalitat de Cataluña). Estos dos sucesos, muy diferentes en cuanto a sus circunstancias, tienen sin embargo varios puntos en común: ponen en evidencia una extraordinaria falta de planificación, del mismo tamaño que la falta de respeto por los dos profesionales y su profesión.

Quedará el edificio y entonces será evidente que falta lo único imprescindible»

Se da prioridad a las inauguraciones sobre las continuaciones»

La inauguración en 1989 del Instituto Valenciano de Arte Moderno iniciaba un proceso de descentralización de las instituciones culturales largamente esperado. Sin embargo, la tendencia de las comunidades autónomas a clonar los modelos en lugar de trabajar en red ha dado lugar a que los museos de arte contemporáneo (lo mismo que los museos de la ciencia) se multipliquen por el número de autonomías. En España existen, según datos del extinto Ministerio de Cultura, unos 1445 museos, colecciones y centros de arte. En el último año y medio se han inaugurado o vuelto a abrir tras remodelaciones más de treinta, algunos tan importantes como el Museo de El Greco (Toledo), el Centro de Artes Visuales Helga de Alvear (Cáceres), el Museo Carmen Thyssen (Málaga), el Museo de la Evolución (Burgos), el CentroCentro (Madrid), el Museo de Arte Contemporáneo (Alicante), o macroproyectos como el Centro Niemeyer (Avilés) y la Cidade da Cultura (Santiago de Compostela). Otros muchos permanecen cerrados o a la espera de definir su orientación, como el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid. Aunque los más numerosos son los de Etnografía y Antropología, seguidos de los de Bellas Artes y Arqueología, el mayor número de visitantes corresponde a los de Ciencia y Tecnología, seguido de los de Arte Contemporáneo y Bellas Artes. El 60% están mantenidos con dinero público, la mayoría procedente de las corporaciones locales y las Comunidades Autónomas. En las actuales circunstancias, esa dependencia económica les convierte en tremendamente vulnerables. Hemos hablado antes de directores que se van y lo que eso acarrea, pero el auténtico desmantelamiento se está produciendo ya: se han rescindido muchos contratos (no vale la pena hacer una lista, están casi la totalidad de los museos), lo que se ha traducido en el cierre de bibliotecas, de servicios de publicaciones, de departamentos de educación… en definitiva, el museo se está vaciando de medios para hacer su labor. Al final quedará, sí, el edificio, pero entonces se hará evidente que lo que falta era lo único imprescindible.

Ante una transformación de la economía, pero también de la sociedad, de la envergadura de la que ahora asistimos, parece necesario revisar la idea de museo, sus problemas y sus propuestas. Como hemos apuntado más arriba, los museos españoles están aquejados de arquitecturitis, una enfermedad infantil de la cultura. Parece una broma pero no lo es. La sobredimensión del elemento arquitectónico en los proyectos museísticos lastra gravemente muchos de ellos. Por sobredimensión entendemos su excesiva importancia, hasta el punto —es un tópico decirlo— de que es el edificio lo primero que se planea, en muchos casos sin adecuarlo a las necesidades de la actividad que tendrá lugar en él. Habría que insistir en que un museo es una actividad, no un lugar; que un proyecto cultural existe aunque no exista todavía el edificio, que puede incluso existir sin edificio —salvo si cuenta con una colección permanente—. Y más a estas alturas del arte inmaterial, relacional y de archivo. En España, en cambio es visible cómo se vincula la burbuja (y la crisis) de los museos con la burbuja (y la crisis) inmobiliaria. Podemos seguir inventando una clínica del museo, y pasar a hablar ahora de inauguracionitis. Es decir, que resulta infinitamente más fácil encontrar apoyo político y recursos económicos para crear un nuevo centro que para garantizar la continuidad del que ya existe. La lógica de la novedad, la avidez de quien tiene los recursos por darse realidad como noticia produce, en efecto, esa tendencia a dar prioridad a las inauguraciones sobre las continuaciones. Esto es, naturalmente, absolutamente contraproducente en cualquier labor cultural, que siempre y sólo rinde frutos a medio o largo plazo.

Evaluar un museo por el número de visitantes es una peste numérica»

En tercer lugar tenemos que referirnos a esa tendencia a evaluar la labor de un museo a partir del número de visitantes. Es una suerte de peste numérica que hace caso omiso del significado y las consecuencias de la visita a un museo y simplemente la contabiliza. Consecuencia de una interpretación neoliberal de la cultura, que convierte al museo en una empresa cuya rentabilidad hay que contrastar de forma objetiva, el incremento del número de visitantes conduce a toda clase de perversiones, que desvían la labor del museo de los que deberían ser sus objetivos legítimos ¿Y cuáles son estos? Los que se establezcan a partir de un análisis de las necesidades de una comunidad, a conseguir mediante la creación de una infraestructura y unos servicios articulados con los de las instituciones culturales del entorno. Este planteamiento ideal se debería completar con una garantía de independencia del poder político. Esta independencia es directamente proporcional a su capacidad de autosostenerse económicamente, un objetivo por lo general inalcanzable pero que hay que tomar como tal objetivo. Trabajar a largo plazo, realizar colaboraciones en red, subrayar la dimensión formativa y documental, son tendencias que se oponen a la improvisación, la producción de eventos singulares y puntuales y, en definitiva, a un concepto espectacular del museo que va a ser completamente inviable en el futuro pero que ha sido norma hasta hoy..

Frente a una valoración del museo en función del número de quienes han cruzado su puerta parece lógico oponer un análisis de lo que han aprendido y experimentado en la visita. El arte y la cultura deben ser, son, ocasiones de transformación personal. No se trata de cumplir con un ritual de integración social. No es mucho pedir que la visita a un museo nos afecte tanto como la lectura de un libro o el visionado de una película. Y esta es desde luego la responsabilidad de quienes dirigen su marcha: crear las condiciones para que se produzca esa experiencia estética y de conocimiento. Que en «estas soledades enceradas», como llamaba Valéry a las salas del museo, pueda encontrar el visitante algo que le ayude a vivir mejor su vida.

José María Parreño es Secretario de ADACE, Asociación de Directores de Arte Contemporáneo de España, que agrupa a 35 centros y museos.

2 comentarios en “Los templos del arte, en el laberinto”

  1. El Museo Transformador

    Estas apreciaciones fueron escritas por Guido Ramellini a raíz de comentar este texto en el II Encuentro de El Museo Transformador en Barcelona (9 y 10 de junio de 2023). Las preguntas a las que se hace referencias son las que se emplearon en aquella ocasión para fomentar el debate:

    Comentarios:
    • Afirmación alarmante, si cierta: del 2010 al 2012 los presupuestos de los museos españoles reducidos del 50%
    • En España existen 1445 museos, colecciones y centros de arte.
    • Hay dinero para los edificios y no para los contenidos (arquitecturitis + inauguracionitis+peste numérica). Aún menos para la gestión, añadiría.

    Reflexiones importantes:
    • Un museo es una actividad, no un lugar
    • Objetivos legítimos: responder a las necesidades de una comunidad a través de crear infraestructuras y servicios articulados con la otra oferta cultural del entorno.
    • Transformación personal, experiencia estética y de conocimiento.

    RESPUESTAS A LAS PREGUNTAS:
    • ¿Qué cosas crees que han cambiado de las comentadas en este artículo en estos 11 años?
    o Poco o nada; los problemas se han agravado con la crisis pandémica, después de la económica.

    • ¿Tienes experiencias personales relacionadas con las patologías de los museos que menciona el autor: arquitecturitis, peste numérica o inauguracionitis?
    o Algunas, pero no del todo significativas: creación de un taller relacionado con el laberinto de espejos: demasiado caro el contenido, pero sin problemas para pagar la instalación. Propuestas a los ayuntamientos ¿Cuánto caro me va a salir mantener abierto un museo?

    • Aparte del número de visitantes ¿qué sería necesario conocer de la experiencia de los visitantes?
    o Grado de satisfacción=intensidad de la conversación; range entre resultados y expectativas; deseo de volver/de aconsejar la visita; colección de consejos y críticas.

  2. El Museo Transformador

    Como suele pasar con estos artículo que en El Museo Transformador llamamos “imprescindibles de museología”, impresiona comprobar hasta qué punto mantienen su vigencia con el paso del tiempo. Nadie diría que este artículo tiene casi diez años y, que si no fuera por los nombres propios, parecería escrito ayer.
    Al margen de hablar del drama de la crisis de directivos de museos, Parreño hace tres metáforas sanitarias muy interesantes en relación a tres graves problemas de los museos, los cuales parecen seguir plenamente en candelero (y en todo tipo de museos).
    Por una parte nos habla de la arquitecturitis. El autor se refiere a aquellos grandes proyectos de museos en los que se prima más el continente que el contenido, a veces con un propósito mucho más turístico que cultural. Lamentablemente, en realidad este problema es bastante más amplio.
    El papel de interioristas y arquitectos no sólo se ha sobredimensionado fuera de todo límite en lo tocante a creación de edificios para museos, sino sobre todo y de forma más contraproducente, en la propia realización de exposiciones. De hecho, no deben ser muchos los interioristas que a estas alturas no hayan añadido al catálogo de servicios de su web aquello de “museografía”.
    Y no sólo ellos: diseñadores web, diseñadores gráficos, escenógrafos, comisarios científicos y comisarios artísticos… Todos ellos, a pesar de tener un papel indudable en la realización de exposiciones, han metido también —a veces con sorprendente vehemencia—sus cucharillas en el huérfano yogur del lenguaje museográfico; incluso conocemos el caso de algún carpintero avispado.
    La forma se ha impuesto al fondo en muchas exposiciones, y lo estético a lo ético a veces también. Pero que conste que a todos los anteriormente mencionados nada se les puede reprochar —ni siquiera al carpintero—, porque los únicos que han abandonado el cultivo del lenguaje museográfico en manos de cualquier despierto diletante, hemos sido los museístas, que es justo a quienes nos tocaba cuidarlo. A quien le fastidie que a las exposiciones haya quien las ha reducido a algo llamado arquitectura efímera, que piense que en buena medida probablemente eso es culpa nuestra y de nuestros mullidos colchones de laurel.
    La inaguracionistis es otra de las dolencias museísticas mencionadas en el artículo. En El Museo Transformador solemos decir que somos partidarios de no inaugurar los museos. Lo uno porque sería estupendo para la salud cardíaca de muchos de los profesionales vinculados. Lo otro porque cuando se inaugura un museo se traslada tácitamente a su público la idea de que el museo ya-está-terminado, y un museo contemporáneo debe ser una organización viva y dinámica en continua revisión y autocuestionamiento. Naturalmente, dudamos mucho de que algún político nos compre esta idea.
    Pero La peste numérica a la que se refiere Parreño es seguramente la infección más contagiosa y que más secuelas deja a los museos. Contar visitantes casi como único método evaluativo es confundir la relevancia del impacto social de un museo con su capacidad de atracción. Es imposible valorar el tipo de transformaciones cualitativas a las que debe aspirar un museo contemporáneo, empleando un indicador cuantitativo, pero, a pesar de todo, se intenta sistemáticamente y con patéticos resultados.
    Hay quien denuncia que restar importancia al número de visitantes del museo es una bonita y arrogante forma de eludir la responsabilidad de una mala gestión. No sabemos si esta indeseable dinámica será muy frecuente, pero a nosotros nos parece mucho más preocupante y peligroso el caso opuesto: esto es, tratar de justificar la viabilidad de un museo en base a sus muchos visitantes.
    Las enfermedades de los museos parecen cronificarse con el paso de los años. Pero si hasta la Covid-19 vio vacunas, no perdamos la esperanza.

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