Museísta: la profesión del museo contemporáneo

El Museo Transformador

Los años 70 del pasado siglo supusieron un momento trascendental para los museos. Además de su tradicional función de conservación, desarrollo y exhibición de una colección, los museos pasaron a asumir funciones comunicativas y educativas de forma explícita y generalizada. Aunque generalmente sin recibir recursos extra para abordar estas nuevas funciones, el museo pasó de ser el espacio en el que radicaba una colección, a ser un agente social dedicado a una forma muy especial de educación basada en el lenguaje museográfico, entendiendo la educación en su sentido más amplio. Este cambio —que se podría contextualizar en la XI Asamblea del ICOM en Copenhague en 1974 o en la Mesa de Santiago de Chile de 1972 por poner sólo dos ejemplos— inaugura el concepto de museo contemporáneo.

Estas nuevas funciones sociales del museo requieren nuevos profesionales con nuevos perfiles. Los museos empezaron a crear departamentos educativos con mayor o menor fortuna y más o menos recursos. Por lo general estos departamentos se incorporaron a los museos como una especie de apósitos no integrados realmente a ellos (y así siguen en muchos casos todavía). No tardaron tampoco en entrar también en juego perfiles procedentes de otros ámbitos relacionados con la docencia universitaria, el interiorismo o la comunicación.

De este modo, las nuevas funciones educativas del museo contemporáneo no se entendieron inicialmente como una nueva profesión autónoma, sino más bien como un nuevo nicho para ser explorado por otras profesiones ajenas al museo. Finalmente, el deseable y natural afloramiento de una nueva profesión ad hoc, se quedó enquistado entre tres márgenes: la figura del conservador de museo tradicional, este sí que poseedor de un perfil laboral bien establecido (y que en algunos casos pudo sentirse incluso laboralmente amenazado por estos cambios); los nuevos educadores añadidos pero poco integrados; y posteriormente una serie de diversos perfiles laborales —más que perfiles profesionales—, fomentados por las políticas de sobre-externalización de servicios en los museos[1], las cuales aproximan a muchos trabajadores a los museos pero manteniéndolos desacoplados de los mismos.

En realidad, lo anterior no es nada nuevo o que no haya afectado a otras profesiones. Hace menos de cien años, el cocinero que regentaba un restaurante era casi siempre un profesional dedicado exclusivamente a alimentar a sus clientes. Hoy, un chef contemporáneo no sólo hace eso, sino que también debe asegurar una experiencia grata al comensal en una sala acogedora, debe dominar lo relativo a la nutrición saludable, debe ser un perfecto conocedor de los ingredientes, su procedencia y su sostenibilidad medioambiental, y debe también saber manejar diversos canales de comunicación con sus clientes; todo ello entre otras cosas que seguro se podrían añadir. Un restaurante contemporáneo, hoy, tiene una vertiente sociocultural que hasta hace bien poco la mayoría de los restaurantes normalmente no esgrimían.

El concepto de museólogo o museógrafo que todavía hoy utilizamos para definir a los que trabajamos en los museos, deviene pues incompleto para unas personas cuyo desempeño en los museos ha pasado a ser mucho más amplio que sólo su estudio, su descripción o la custodia, cuidado y exhibición de una colección de objetos. Y así se ha mantenido por décadas. Por eso nosotros proponemos el término museísta para el profesional del museo contemporáneo, una palabra que comparte sufijo con términos como futbolista, novelista o dentista, y que sugiere todo un oficio pleno, intenso, diverso y dedicado.

Así pues y paradójicamente, el museísta (entendido, insistimos, como profesional propio e interno del museo contemporáneo) practica una disciplina en realidad muy joven; una dedicación aún no identificada como profesión. La suya sigue siendo en muchos aspectos sólo una actividad laboral a la que con frecuencia se llega por motivos circunstanciales, por lo que aún no puede considerarse una profesión de pleno derecho que pueda despertar vocaciones, escogerse, formarse en ella y dedicarle la vida con pasión.

Y es que la formación a la que puede hoy optar alguien interesado en trabajar en museos, no siempre se corresponde con lo que cabría esperar adecuado para un profesional del museo contemporáneo. Por ejemplo: no es fácil formarse en la conceptualización y desarrollo de buenas exposiciones, entendidas éstas como producto natural del lenguaje museográfico. Y es que en realidad esto podría llegar a parecer hasta prescindible: paradójicamente, el desarrollo de las «exposiciones» acaba a menudo en manos de interioristas y/o expertos en márquetin y comunicación externos al museo, con formación normalmente muy limitada en cosas como el lenguaje museográfico, la educación o la gestión de museos.

El trabajador del museo contemporáneo, por su parte, con facilidad puede verse reducido a un técnico absorbido por la dedicación a la gestión ejecutiva del día a día, desempeñando una mera función logística o gerencial, demasiado a menudo abstracta e imprecisa; y casi siempre apresurada, así como impregnada de un cierto sentido de prescindibilidad, falta de cualificación o provisionalidad. Y lo que es peor: llegando incluso a asumir equivocadamente que esa dinámica conforma lo propio de su cometido en el museo. Finalmente, aspectos como el desarrollo del lenguaje museográfico o la optimización de la eficacia educativa de las exposiciones —cosas que sí deberían regir la apasionada vida profesional del museísta y también protagonizar la vida social relevante del museo–, ni están ni se les espera.

Podría pensarse que estas dificultades para la profesionalización emanan de una demanda laboral reducida del sector de museos. Sin embargo, desde El Museo Transformador creemos que sucede justo a la inversa: la demanda laboral reducida del sector de museos es debida justamente a una falta de profesionalización. Naturalmente en este caso no estamos planteando un reto administrativo o sindical, sino un apasionante desafío conceptual.

Desde El museo transformador proponemos seguir trabajando —con tanta modestia como entusiasmo— por contribuir a establecer una verdadera profesión para el trabajador del museo contemporáneo (al que llamamos museísta), que identificamos basada en cinco pilares:

Misión: es fundamental identificar un propósito lo más concreto y preciso posible para los miembros de un grupo profesional. Buscando un ejemplo, en la profesión de la enfermería podría mencionarse el trabajo de Florence Nightingale, que en 1860 sienta las bases y funciones de la enfermería profesional contemporánea en base a su larga experiencia como cuidadora de heridos durante la guerra de Crimea, ello a pesar de la oposición de su familia, que consideraba que la enfermería era sólo una dedicación intrascendente propia de criadas. [Lamentablemente en nuestro caso, la recientemente estrenada nueva definición de museo del ICOM, sugiere que no vamos muy bien encaminados en lo relativo a concretar un propósito claro y común[2].

Valores: los profesionales de una disciplina se identifican también por tener en común unas capacidades y una sensibilidad que les permiten aspirar a unas aportaciones sociales singulares y relevantes.

De la ingeniería de telecomunicaciones a menudo se subraya que como profesión tomó forma a partir del hundimiento del Titanic. Se impulsaron entonces las escuelas de radiotelegrafistas, dado que se consideró que el mensaje de socorro del telégrafo del Titanic salvó a más de setecientas vidas por permitir conectar con el cercano buque Carpathia. Estas escuelas fueron el germen de la ingeniería de telecomunicaciones como disciplina separada de la ingeniería industrial. Recientemente, en este tema de los valores hemos dado interesantes pasos a raíz del II Encuentro de El museo transformador en Barcelona, que esperamos compartir muy pronto.

Los equipos de telegrafía sin hilos como el que equipaba al Titanic —tecnología punta del momento—, se beneficiaron de un gran espaldarazo por salvar cientos de vidas en el hundimiento (1912), cosa que propiciaría la aparición de la profesión de la ingeniería de telecomunicaciones. En la foto Guillermo Marconi  trabajando en la sala inalámbrica del yate Electra. Fotografía de Hulton-Deutsch Collection, Corbis, Getty, tomada de National Geographic.

Formación explícita y concreta relacionada con las funciones sociales del museo en la actualidad y, sobre todo, basada en la actividad de los propios profesionales y desarrollada por esos profesionales (no necesariamente formación universitaria). Retomando el ejemplo anterior relacionado con la profesión de la enfermería: no es extraño que Florence Nightingale desarrollase sus avances para configurar la profesión desde su propia escuela en el hospital Saint Thomas de Londres (Nightingale Home and Training School for Nurses). Más próxima y recientemente podría mencionarse el nacimiento de la institución académica ESADE, la cual fundó en 1958 en Barcelona una escuela pionera de directivos de empresa, gracias al impulso de un grupo de empresarios que vieron clara la necesidad de profesionalizar la figura del empresario sobre la base de crear una formación explícita adecuada, estableciendo para ello un acuerdo con los jesuitas.

Puede hablarse de otros entrañables casos convergentes. La viola de gamba comenzó a tomar popularidad gracias a trabajos muy pragmáticos, detallados y personales como el de Demachy: Pièces de Violle, en musique et en tablature (1685). Al final de este tratado el autor incluso se ofrecía gratuitamente los sábados por la tarde entre las 15 y las 18 h para recibir en persona a sus lectores con dudas o comentarios, facilitando en el libro las señas de su domicilio en París a tal efecto. A pesar de las apariencias, en nuestro campo queda muchísimo por hacer particularmente en este sentido… Y la encomiable generosidad de Demachy ofreciendo su propio tiempo personal, también será necesaria en nuestro caso.

Glosario compartido: es fundamental hablar el mismo lenguaje para desarrollar una profesión, hasta el punto de que es en la creación de glosarios compartidos donde radican precisamente los hechos fundacionales de muchas profesiones.

El Código Internacional de Nomenclatura Zoológica (ICZN) para referirse a cada especie animal de forma universalmente aceptada, se identificó como una necesidad fundamental de la disciplina zoológica desde sus orígenes, y se le dedicó un arduo y dilatado trabajo expreso por parte de los especialistas, en el que participaron nombres tan importantes como el de Charles Darwin. Desde El Museo Transformador, también vamos proponiendo cosas en ese sentido.

Auto-reconocimiento: los profesionales de una disciplina deben poder reconocerse fácilmente entre ellos y hacia los demás, como parte de una comunidad profesional concreta.

En esta licencia de piloto de aviación de hace ahora justo cien años, perteneciente a Amelia Earhart (una de las primeras mujeres aviadoras de gran fama), aparece en la foto vestida de piloto como era entonces costumbre figurar en estos documentos. Queda así claro —también desde lo formal— que ella se identificaba con el incipiente colectivo profesional de los pilotos aeronáuticos, a pesar de que este tipo de indumentaria técnica, en aquella época no se identificaba en absoluto con el atuendo femenino.

Licencia de piloto de Amelia Earhart, en la foto aparece la titular con su indumentaria técnica de vuelo (1923). Foto: 99’s Museum of Women Pilots, Oklahoma City.

Este tipo de identificación —hasta cierto punto escénica— resulta importante al establecer una profesión. La encontramos en otros colectivos tales como los astronautas (que generalmente se fotografían junto a sus cascos de vuelo de opacas viseras), las mencionadas enfermeras (que comparten como símbolo la imagen de una lámpara de aceite encendida), o los abogados (que no se separan de sus togas).

La lámpara de aceite encendida se reconoce internacionalmente como símbolo de la profesión de la enfermería. Este óleo de mediados del XIX atribuido a J. Butterworth, representa a Florence Nightingale con la lámpara encendida visitando a un enfermo. Foto: Wellcome Collection.

En El Museo Transformador hemos pensado en la posibilidad de usar el caleidoscopio como elemento identitario de nuestra profesión de museístas, pues aúna a la perfección un precioso objeto real de valor patrimonial y también didáctico, con un fascinante fenómeno real no sustituible por internet y que puede representar aspectos del lenguaje museográfico que no sólo están relacionados con la ciencia: aceptamos encantados posibles ideas al respecto.

Imagen generada por un caleidoscopio. Foto: Roses_Street en Pixabay
Caleidoscopio británico del s. XIX. Foto: Museu del cinema Tomàs Mallol de Girona.

¿Te gusta nuestra propuesta? Seguimos en contacto.

[1] En El Museo Transformador denominamos sobre-externalización (overoutsourcing) a la dinámica de externalizar servicios que deberían ser propios del ámbito interno del museo. Frecuentemente la sobre-externalización responde a una intención de optimizar la gestión del departamento de RRHH, pero no la del museo.

[2] Un museo es una institución sin ánimo de lucro, permanente y al servicio de la sociedad, que investiga, colecciona, conserva, interpreta y exhibe el patrimonio material e inmaterial. Abiertos al público, accesibles e inclusivos, los museos fomentan la diversidad y la sostenibilidad. Con la participación de las comunidades, los museos operan y comunican ética y profesionalmente, ofreciendo experiencias variadas para la educación, el disfrute, la reflexión y el intercambio de conocimientos.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Ir arriba