La dedicatoria de Jorge

Guillermo Fernández. El Museo Transformador.

El 2 de diciembre pasado Jorge Wagensberg hubiese cumplido 75 años. Como suelo hacer muy a menudo —a veces incluso ritualmente— abrí mecánicamente de nuevo el libro azul de CosmoCaixa (El museo total), probablemente su obra cumbre museística.

Para mí este libro —además de su imprescindible contenido— tiene especial valor, pues Jorge me lo regaló en persona (aunque debo decir que para entonces yo ya tenía el libro y lo había leído a fondo). Reconozco que me extrañó comprobar un poco después que el ejemplar que me regaló era la versión del libro en inglés. Ignoro si fue porque Jorge no se dio cuenta, porque no tenía a mano volúmenes en castellano o catalán (que se editaron), o como una forma indirecta de sugerirme que perfeccionara mi macarrónico inglés.

Leí algunas páginas del libro y reconocí una vez más —incluso en inglés— el personalísimo estilo literario de Jorge al momento. La verdad es que no recordaba la dedicatoria que me escribió en la primera página. Y casi no la veo cuando ya cerraba el libro:

28.02.12. Para Guillermo en recuerdo de unos buenos tiempos y a la espera de otros mejores.

Me estremeció leer la dedicatoria. Y fue por varias razones.

La primera era la fecha. En febrero de 2012 se cumplían exactamente diez años desde que dejé mi querido Museo de la Ciencia de la Fundación “la Caixa” (hoy CosmoCaixa) para empezar a dedicarme por cuenta propia a los museos de ciencia. La segunda razón era el año: 2012 fue seguramente el peor año de la Gran Recesión de 2008.

Pero el texto de la dedicatoria me pareció turbador. Con ese estilo conciso pero jamás superficial tan de Jorge, el mensaje me pareció tan directo que me permití el lujo y la falta de humildad de sentirme interpelado, pues Jorge no solía dar puntada sin hilo.

En recuerdo de unos buenos tiempos… En realidad fueron mucho más que unos buenos tiempos. Siendo un veinteañero tuve la mejor escuela que alguien como yo, un chico que aspiraba a dedicarse profesionalmente a los museos de ciencia, podía soñar. Pude estar cerca de grandes profesionales, probablemente en uno de los momentos más importantes que la museística de ciencia contemporánea ha vivido. Cuando conocí a Jorge en 1993 para pedirle que me condujera el trabajo de fin de carrera, Jorge llevaba ya un par de años haciendo grandes exposiciones y trabajando sobre el lenguaje museográfico de una forma revolucionaria que luego influenciaría a todo el sector, incluso a nivel mundial. Poco podía sospechar yo entonces que sólo unos años después tendría ocasión de presenciar la vida de aquel laboratorio del lenguaje museográfico de excepción en primera fila. Aunque Jorge se había incorporado ya mayor a esta disciplina —contaba ya más de 40 años cuando llegó a la dirección del Museo de la Ciencia de la Fundación “la Caixa”— la dominaba de una forma magistral y comprendía profundamente sus recursos; resultaba imposible no aprender de él a raudales con sólo verle trabajar. Y todo aquello no fue debido sólo a la disponibilidad de recursos económicos.

A la espera de otros mejores… Esta parte de la dedicatoria es para mí fascinante. Evidentemente no puedo saber exactamente qué quiso decir Jorge con esta parte de la frase, —ya que no se lo pregunté en su momento—, aunque cuando la leí por primera vez en 2012 recuerdo que la relacioné con un futuro próximo en el que soñaba con compartir con él algún proyecto concreto más (Jorge había iniciado diversos proyectos a nivel mundial como asesor, y yo ya estaba establecido como como consultor de proyectos museísticos).

Pero ahora he visto la dedicatoria con otra perspectiva mucho más amplia. Sin pretender ni de lejos intentar interpretar las palabras de Jorge, debo decir que la parte final de su dedicatoria me ha evocado con intensa fuerza unos tiempos próximos y mejores para los museos de ciencia.

Unos tiempos en los que el lenguaje museográfico se revele como un lenguaje propio en todo su esplendor, cultivando sus recursos y capacidades singulares propias, y no recursos de lenguajes ajenos. Unos tiempos en los que el trabajo en las exposiciones no se confunda con el interiorismo, con el diseño gráfico, con el diseño multimedia o con la pirotecnia digital. Unos tiempos en que se investigue apasionada y sistemáticamente sobre las inmensas capacidades comunicativas apenas aún reveladas del lenguaje museográfico. Unos tiempos en los que los museos de ciencia superen el canto de sirenas de un amusement banal y cortoplacista. Unos tiempos en los que la transformación educativa de los visitantes sea el centro de la acción del museo. Unos tiempos en los que los museos dejen de preguntarse cuánto y se pregunten qué.

No hay nostalgia en estas modestas palabras. No pretendo lamentar los tiempos pasados, pues sé que no volverán y mi pasión por las perspectivas futuras de los museos de ciencia —que vivo como una causa— no oculta mi percepción de la realidad; tan triste realidad a veces. Pero tampoco puedo aceptar que mi visión se identifique con la propia de un melancólico, ni mucho menos asumir que lo que se vivió en aquellos años fue sólo una etapa más hoy ya superada y sólo propiciada por la bonanza económica. Con la misma intensidad que recuerdo los buenos tiempos pasados espero activamente también a los buenos tiempos futuros, y creo con todas mis fuerzas que lo mejor está por llegar a pesar de todo.

La espera de otros tiempos mejores para los museos de ciencia superó la duración de la vida —demasiado corta— de Jorge. Algunos de aquellos que seguimos en esto y a los que Jorge nos dejó mirar por su caleidoscopio maravilloso, no vamos a esperar sentados a esos tiempos mejores.

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