El salón de la tía Águeda

Guillermo Fernández, El Museo Transformador.

A mediados de los años 70 recuerdo que era frecuente que toda la familia fuésemos a merendar a la casa de la tía Águeda. Era un piso pequeño y antiguo pero muy acogedor y lleno de encanto. Una de sus estancias —la más amplia y, de alguna manera, también la más noble— la tía lo llamaba el salón pero no se podía entrar, y mucho menos nosotros, los niños, a jugar.

A través de la puerta esmerilada del salón se podía adivinar los tesoros que dentro se acumulaban: diferentes jarrones y figuras de porcelana, una lámpara de cristal de roca, un reloj de cuco de la Selva Negra, una mesa camilla de cerezo con cuatro sillas tapizadas con chenilla y varias vajillas policromadas cuidadosamente expuestas en vertical en relucientes aparadores de vidrio. No es que la tía fuese rica ni mucho menos, sino que había acumulado poco a poco diversos bienes domésticos de cierto valor artístico —pero sobre todo patrimonial— que apenas se usaban por ser objeto de una total devoción por su parte, y a los que la tía no había dudado en dedicar casi en exclusiva la mejor habitación de su casa; la cual, a su vez, apenas se usaba tampoco…

Un museo en cada casa. Foto: Julo. Créditos foto.

Y es que al salón sólo se entraba por dos motivos. Uno de ellos era limpiar cuidadosamente el polvo de todos los elementos, algo que se hacía exclusiva y solemnemente por parte de la tía Águeda en persona. El otro motivo era recibir visitas de cierta relevancia y compromiso, durante las cuales la tía sufría lo indecible ante la posibilidad de que, accidentalmente, una gota de café acabase en la chenilla. Cuando íbamos nosotros ocupábamos una sala adyacente mucho menos decorosa y mucho más funcional, que la tía llamaba la salita.

Años después fui comprobando que esta dinámica de inmovilizar la mejor estancia de la casa para dedicarla casi en exclusiva a mero continente de los más relevantes objetos domésticos patrimoniales de la familia, era algo bastante generalizado y no sólo una decisión personal de la tía Águeda. Ello se enmarcaba a la perfección en el contexto de una sociedad española que, habiendo dejado atrás la posguerra, ya veía posible aspirar a un crecimiento socioeconómico, el cual se plasmaba en la progresiva colección —y cuidadosa exhibición— de todo aquel ajuar que comunicaba la creciente prosperidad de una incipiente clase media.

Pues sí: parece ser que hubo un tiempo en el que casi cada casa tuvo su propio museo.

1 comentario en “El salón de la tía Águeda”

  1. Ciertamente es así como se cuenta.
    El problema viene cuándo los herederos, si existen, se desentienden de dicho patrimonio.
    Una línea de acción, quizá regulada por ley, debería ¿obligar? a los Museos a disponer de procedimientos que faciliten la “adopción” de dichos fondos domésticos.
    En el campo de la técnicas y el patrimonio industrial es muy frecuente que se pierdan importantes e irrepetibles colecciones particulares.
    Un buen tema para profundizar..¡sería una importante transformación!
    Saludos

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