1 comentario en “A rationale for a science museum”

  1. El museo transformador

    Resulta sorprendente que un artículo de 1968 justificando la idoneidad de un museo de ciencia, pueda seguir teniendo tanta vigencia hoy en día. En cierto sentido, ello demuestra que el desarrollo de los museos de ciencia seguramente no ha sido todo lo intenso que podía haber sido, tal y como desde El Museo Transformador hemos defendido en ocasiones.
    Cuando escribió esto, el líder carismático indudable del Exploratorium contaba ya 56 años, había visto muchos museos de ciencia en Europa, y por entonces ya había declinado montar una nueva sede del Smithsonian. Oppenheimer abrió en 1969 en S. Francisco un museo modesto, humilde y experimental en todos los sentidos, que seguramente nadie imaginaba que obtendría la inmensa influencia que ostentó.
    La falta de voluptuosidad en el nacimiento de un museo sigue siendo hoy en día una seña de identidad de los grandes museos, que casi siempre nacen pequeños y modestos y con vocación de crecer progresivamente; como por otra parte pasa también con las grandes personas (ello a pesar de la megalomanía que con frecuencia aqueja a ciertas iniciativas museísticas, las cuales suelen saldarse con ese soberano batacazo que casi siempre parece reservado a los proyectos de nuevos museos que confunden la ambición con el delirio).
    Y el artículo no sólo nuestra una sorprendente vigencia en lo relativo a justificar la existencia de un museo de ciencia: en lugar de hace más de cincuenta años parece haberse escrito el mes pasado a juzgar por lo fresco de los criterios que maneja y las visiones que expresa. El museo no puede ser una mera mezcolanza de exposiciones, dice por ejemplo; qué gran verdad si se valoran las dificultades de tantos museos contemporáneos para apostar por desarrollar un discurso propio y robusto en lugar de ir rellenando la agenda anual con una y otra cosa suelta. O habla de la intención de equilibrar adecuadamente al sentido estético con el propósito pedagógico, sensibilísima balanza que casi siempre encontramos inclinada en uno u otro extremo.
    En el contexto de lo muy amable y transparente de la narración —a veces se diría deliciosamente ingenua incluso—, Oppenheimer también entra en materia con detalle, y ya ni tan sólo la propuesta concreta de argumento que hace para su idea de museo (basada en ir deshilachando los cinco sentidos humanos) resulta anticuada. Y no se olvida tampoco de librar a los visitantes de seguir un recorrido preconcebido, algo que todavía hay quien trata hoy de vender como una innovación.
    Con gran brillantez, el autor ya sugiere también que un museo como el que describe no puede hacerse en pocos días, abriendo el camino a la importancia de la investigación museística detenida de la que su museo sería y es paladín. Algo parecido podría decirse de lo que comenta Oppenheimer acerca de fomentar la capacidad de un buen museo para ejercer un liderazgo en todo lo que sea divulgación científica a través del lenguaje museográfico, contribuyendo a recuperar, mantener y desarrollar los productos de las ferias de ciencia escolares y también los usados en una televisión, la cual por entonces tenía un papel concomitante con el que hoy tiene Internet.
    Para finalizar, reseña también el artículo algo que aún debe seguir reclamándose, como es aquello de que el museo no puede sustituir a la escuela, aunque sí debe ser un elemento educativo en el más amplio sentido, considerando la ciencia como un activo básico de los valores de la Humanidad.
    En definitiva: un artículo que sigue siendo un imprescindible para todo quien quiera adentrarse en los museos de ciencia. A pesar de que sea uno de nuestros favoritos ¿hasta cuándo tendrá que mantener su vigencia?

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