Investigar también es necesario en museos y exposiciones

El Museo Transformador

Todos los lenguajes se desarrollan en base a procesos de investigación y desarrollo. Ha pasado con el lenguaje cinematográfico —que a lo largo del s. XX pasó de ser un juguete a un fascinante lenguaje—, gracias a que autores como Méliès o Hitchcock desarrollaron sus propiedades comunicativas. Ha pasado también con el lenguaje fotográfico (con perfiles como los de Cartier-Bresson o Man Ray), y qué decir del lenguaje musical (obviamos los ejemplos en este caso).

Pero sólo ha sucedido en menor medida con el lenguaje museográfico. A pesar de su gran potencial son muy pocos los recursos que se aplican a investigar para el desarrollo de este lenguaje. Y eso a pesar de que siempre que se ha dedicado algún esfuerzo los resultados han sido espectaculares.

A finales de los años 60 del siglo pasado, el museo Exploratorium de San Francisco apostó con fuerza por aplicar fenómenos reales en los museos de ciencia, museos en los que hasta ese momento sólo se mostraban objetos (un empeño no del todo nuevo pero que supieron trabajar como nadie). Se acuña entonces el concepto de museo interactivo, que ha llegado hasta hoy a pesar de la vaguedad de esta expresión, queriendo significar que el visitante ya no tiene una actitud pasiva de ciontemplación sino activa, manipulando un artilugio que hace algo.

Así, aunque en inglés se mantiene un solo término —de modo que un exhibit puede albergar tanto a un objeto como a un fenómeno—, en castellano nos quedamos con vitrina para describir a aquello que alberga al objeto, y con la inopinada palabra módulo para definir a aquello que alberga un fenómeno, ello a pesar de lo confuso y falto de personalidad de este último término.

Las fecundas labores de I+D+i de Exploratorium sobre museografía científica se recogieron en tres famosísimos volúmenes cuidadosamente trabajados (los llamados Cookbooks), los cuales han sido profusamente empleados por museos de ciencia contemporáneos de todo el mundo, ávidos de resolver sus salas en base a copiar los excelentes productos acabados del museo californiano —aunque rarísima vez copiaron su estrategia investigadora; que inventen ellos, que diría Unamuno—.

Por su parte, desde el Exploratorium no han podido ser más generosos, compartiendo abiertamente sus creaciones. Lamentablemente pocos museos han respondido a esta loable apertura de miras: apenas ninguno de los museos de ciencia inspirados en él reparó en acoger el nombre original del módulo ni en mencionar al autor. Cabe destacar que estos elementos fenomenológicos que revolucionaron la museografía de ciencia casi siempre tienen un nombre y un autor bien concretos: la Bola de plasma fue creada por Bill Parker, Tornado por Ned Kahn, Lariat Chain por Norman Tuck y Aurora por Bob Miller, eso por mencionar sólo cuatro de ellos [tras casi sesenta años, se puede poner en cuestión si un museo de ciencia contemporáneo acaso no dispone también de una auténtica colección en toda regla —aunque en este caso sea una colección de fenómenos— ].

En la portada del primer volumen del Exploratorium Cookbook aparece un jovencísimo Ned Kahn trabajando en la creación de su celebérrimo «Tornado».

Es preciso señalar que muchos de estos artilugios fueron desarrollados como investigación científico-artística en un ejercicio de diálogo disciplinar perfecto. Es así como el lenguaje museográfico adopta una nueva dimensión. Ya no solo es un lenguaje que nos sirve para expresar y comunicar algo, sino que también es un lenguaje artístico pleno, al igual como lo es el cinematográfico, el fotográfico o el musical que mencionábamos al principio.

Desde entonces la investigación sobre el lenguaje museográfico ha sido prácticamente inexistente, a excepción de algunos deliciosos momentos fugaces como pudieron ser la época Wagensberg en CosmoCaixa Barcelona (en el que fuera clave nuestro recientemente desaparecido Marc Boada), o la época HØeg en el Experimentarium de Copenhague. Asistimos actualmente a la era de las exposiciones-como-churros en las que rara vez se trabaja el lenguaje museográfico a fondo; exposiciones que el promotor deja por completo en manos de diseñadores que, lejos de practicar algún tipo de investigación museográfica, reducen la exposición a un proyecto de interiorismo más y la resuelven casi siempre a golpe de pantalla o de diseño gráfico, todo lo anterior tanto más exuberante como más permita el presupuesto. Paradójica y lamentablemente muchos museos y exposiciones nacen y mueren ahora desprovistos de lenguaje museográfico, toda una paradoja.

No se trata sólo de museos de ciencia. Cualquier temática atesora miles de soluciones museográficas pendientes de desarrollar. Pero si los museos de ciencia que tienen cierto bagaje en esto han renunciado a hacer I+D+i sobre lenguaje museográfico, cabe imaginar cómo estarán a este nivel el resto de museos.

Esta dinámica es fácilmente reversible. Para investigar sobre lenguaje museográfico no es en absoluto preciso crear complicados y caros laboratorios llenos de engranajes y retortas. Investigar sobre lenguaje museográfico es algo que puede empezarse a hacer con una mesa, un paquete de folios y un buen equipo mixto de profesionales formados y con ganas. Y es que no es preciso resolver técnicamente del todo la mayoría de las soluciones museográficas. Hay un enorme trabajo previo que radica en la concepción de estas soluciones, sin necesidad de entrar a construirlas hasta que no deban llevarse a la práctica. [Eso por no hablar de que gran parte de este I+D+i museográfico también puede dedicarse a optimizar los procesos educativos, evaluativos y de explotación de los museos y exposiciones].

Uno se pregunta cuánto tiempo más deberán permanecer en el limbo tantos conceptos de cualquier temática —no sólo de ciencia— que serían inmediatamente asumibles por cualquier visitante asociándolos a una buena resolución museográfica. Uno sueña con un gran repositorio global de nuevas y antiguas soluciones museográficas (se insiste, no sólo de ciencia) que dieran por fin un respiro a los esforzados Cookbooks (el primero de los cuales fue editado en 1976…).

Es el momento de ampliar el concepto de las exposiciones a mucho más que interiorismo. Es el momento de seguir creando grandes soluciones museográficas aunque eso lleve algo de tiempo y recursos. Es el momento de dejar de llenar los museos de elementos no museográficos. Es el momento para los museos de dejar de subirse al carro de cada crecepelo de moda, como si con ellos no fuese el tener que liderar nada.

Ya toca seguir caminando para desarrollar con audacia y pasión uno de los pocos ámbitos que quedan en el que casi nada está inventado, de lo contrario, los museos pueden ir transitando poco a poco hacia su desaparición.


Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Ir arriba